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Autores/as: Vicente Blasco Ibáñez
Fragmento del automóvil del general: todos éramos de caballería, porque hacíamos las marchas á caballo; pero en el momento del combate los jinetes se convertían en infantes. Teníamos artillería. Cada bando procuraba poseer cañones más gruesos que los del adversario, y estos cañones tiraban y tiraban, con un estruendo ensordecedor. Recuerdo el asombro y la indignación de un oficial alemán que venía con nosotros, al ver cómo funcionaba la artillería. (Advierto á ustedes que todos los revolucionarios éramos germanófilos, por odio á los Estados Unidos y á Inglaterra. Nos comparábamos con los bolcheviques rusos, deseábamos la derrota de la República francesa y el triunfo de Guillermo II. Pero no desviemos el relato. ¡Adelante!) —General—clamó el prusiano—, los artilleros no saben apuntar. Tiran al aire. Sólo desean hacer ruido. Y el general, que se las echaba de ingenioso, contestó, levantando los hombros: —Déjelos. No es necesario que hagan más. La artillería sólo sirve para asustar pendejos.